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martes, 7 de mayo de 2019

Consideraciones sobre viejos mitos y consumos asimilados. ( Parte II ).

Artículo del Lic. Alberto Calabrese Sociólogo. Asesor Institucional del Fondo de Ayuda Toxicológica. Director de las Carreras de Postgrado de la UBA y de la U. N. de Tucumán. De manera que esta cuestión, sobre todo a la hora de evaluarla desde el ámbito de la salud prima la subjetividad también desde quienes lo integran, usándose todavía categorías que hoy, más allá de su cotidianidad, quedan desfasadas. De por sí, se ha abusado de figuras como la de la perversión, la psicopatía, y la adicción como medida desmedida, la sociopatías y demás categorías que hablan a las claras de un proceso que nos ocupamos de “desviados” (o personas que no cumplen con el deber ser de una sociedad), en vez de verlos como los previamente asignados para cumplir con ese papel. El desacierto de este discurso, consiste en no ver ni entender, los procedimientos por los cuales una sociedad, necesita de la adjudicación de características diferenciadas a un determinado grupo de personas en función de cubrir la necesidad de poder albergar la falta en el lugar de otro. Si los tiempos son más complejos y provocan trastornos sociales de magnitud con más razón algunos seleccionados involuntarios, van a cubrir la cuota parte de esa sociedad para poner las cosas “fuera de”. No es casual que en estos momentos de la humanidad con graves problemas estructurales, algunos de ellos gravísimos como el del hambre o el calentamiento global –soslayándolos- aparecen temas con una notoria falta de gravedad, a los que se los resignifica arbitrariamente como prioritarios y especialmente dañinos. Como los problemas en sí no pueden asumir ninguna responsabilidad al producirse, quedan para dar cuenta de ellos quienes son sus actores. En el caso de los consumos problemáticos de sustancias psicoactivas, el primer lugar va a ser para aquellos que son definidos como adictos, aunque no lo sean, los trafiadictos y eventualmente algún actor de un volumen un tanto mayor. Más arriba aclaramos, que no son los más sino todo lo contrario, los que por alguna falla de sus cadenas de protección y acuerdos no reconocidos con autoridades, además de protección y promoción por parte de funcionarios de toda suerte, que terminan siendo castigados la mayoría elude todo control o miradas sobre sí. Volviendo entonces a nuestro objeto de consideración, la maquinaria de la cual formamos parte, lo sopesa, lo convierte en caso del caso, descuida cualquier otra sintomatología o enfermedad en función de esta que aparece como tan importante, al punto de necesitar (aun para quienes entienden el mecanismo) de servicios especializados, equipo de la salud ídem y una maquinaria de inducción y acompañamiento, que se llena la boca con expresiones que van desde el improbable triunfo contra el narcotráfico, hasta la cura absoluta de esa persona, sin ninguna consideración hacia probables recaídas, deserciones parciales o totales al tratamiento, informes que no conducen a ninguna parte o excusas de todo tipo para no tratar a alguien por no reunir las “condiciones de”. A la par de esto, se suceden requerimientos a partir de un discurso oficial endurecido, de actitudes para quienes trabajan en éstas áreas, que hacen a las formas del “control bueno”, tratando de legitimar lo que en las calles puede significar prisión efectiva, aprietes, eventuales gatillo fácil, maltrato y soborno, etc. Cada vez que vemos, que un profesional con cierta trayectoria, recae en actitudes discriminatorias y no atiende eventualmente al paciente, con expresiones tales: como que puede ser el que posiblemente lo asalte, que va a recaer sin duda, que está virtualmente perdido, que no reúne las condiciones terapéuticas para ese servicio, como muestra de innumerables preceptos prejuiciosos que se reitera sobre todo cuando el curso de los hechos impuesto desde lo discursivo, terminan permeando al total de la sociedad y naturalmente a quienes participan de la responsabilidad de atender personas en otras cosas, con consumos problemáticos reconocidos. En estos momentos sucede un fenómeno curioso que se contrapone al discurso del cual hemos estado hablando en los párrafos anteriores. La carta del Director General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanon Ghebreyeieus a su jefe, el Secretario General de las Uniones Unidas Antonio Guterres, por la que el primero le recomienda quitar del listado de drogas prohibidas peligrosas a la Cannabis. Hagamos un pequeño alto en el camino; cualquiera que haya recorrido un tiempo en este tema, recordará la enorme cantidad de material y discursos de todo tipo, donde la marihuana establecía las características de “droga puerta”, ( característica que suele compartir también con el alcohol), basado muchas veces en difusores con una fuerte capacidad para engancharse, con el afán irreverente de nuestro cerebro, para quedar confundido, anestesiado o distorsionado, a partir de pruebas contundentes que así lo establecían. No es menor poner un toque de seriedad, recordando que durante años nuestros juzgados federales abocados al control de los mal denominados estupefacientes (olvidándose que estos son únicamente los opiáceos) estaban ocupadas en un 70% en causas relacionadas con el tema drogas, dándose la curiosidad lamentable que la mayor parte de las mismas causas eran por tenencia simple de… ¡dos cigarrillos de marihuana! . Siguiendo con el pedido de OMS, cabe recordar que el ahora secretario de Naciones Unidas, Guterres como primer ministro de Portugal en su momento, promulgó la desincriminación de la tenencia para uso personal, medida que en nuestro país, todavía involucra un fuerte debate a partir del art. 14 de la ley vigente en materia de control, la 23.737, olvidando que nuestra primera ley sobre sustancias, no consideraba la tenencia simple como algo incriminable. Guterres en cambio ha promovido esta medida ante la Comisión de Estupefacientes de la ONU en el curso del pasado año, instando a que los 53 países que integran ésta comisión traten esta propuesta sometiéndola a votación durante el 62 Periodo de Sesiones de la UN. En diciembre del año próximo pasado la OMS había realizado una recomendación pública para no catalogar al CBD (cannabidiol), que es uno de los componentes activos fundamentales de esta sustancia, como una droga, basándose en las propiedades terapéuticas del cannabidiol, particularmente en el tratamiento de la epilepsia. Esto es algo que tenemos que tener muy en cuenta, resignificando que determinadas sustancias por estar en el ámbito de la prohibición, no dejan de tener un componente positivo entre sus propiedades medicinales, aunque su exceso pueda ser motivo del consumo problemático de determinadas personas. Por caso, recordemos que la imprescindible morfina, imposible de soslayar de la terapéutica del dolor, puede ser fuente también de severas adicciones. De más está decir, que la atribución de daño o maldad al objeto constituido en este caso por una sustancia, es realmente absurda. El protagonismo corresponde al sujeto. ¿Qué nos propone este desafío ahora concretado ahora por la resolución de la OMS? El tema de reconsiderar las sustancias, su papel y quienes las consumen. El punto de vista estrictamente sanitario por parte de la OMS, sin pretender empañarlo en lo más mínimo, deja una pata suelta que acrecienta la indicación de ellos. Las sustancias, tal como lo he señalado en muchas oportunidades, van variando en el tiempo y con el correr del mismo se sustentan nuevos usos y costumbres. En esta materia no estamos ajenos a ese ciclo, a nivel mundial es muy distinto la actitud y procederes acerca de esta sustancia, van variando a través de las décadas. Un ex Secretario de Drogas de los Estados Unidos, casi en un principio de la prohibición generalizada a nivel mundial, estimaba que sus hijos o sea la generación de los 70 en su país estaba descontrolada, por lo que la prohibición sobre la marihuana vendría bien para ponerle un “control” a sus hijos. Paradojalmente, en diez estados de los Estados Unidos, se la ha desincriminado absolutamente para todo uso y función, reconociéndole de esta manera que hoy se encuentra apropiada por las personas de tal manera que hacen virtualmente imposible el ejercicio de la prohibición. Es digno de verse, documentales donde en California, policías que hasta hace no mucho, prácticamente ayer se dedicaban a destruir cultivos de esta sustancia, hoy se encuentran abocados al cuidado de la misma y naturalmente sus consumidores, quienes por inmensa mayoría no son adictos a la sustancia, cuentan con multiplicidad de ofertas sobre la misma que abarcan todos los límites de utilidad e incluso hasta se puede suponer de propiedades que no tiene, pero que hoy forman parte de nuevos usos y costumbres. La pregunta frente a esto es ¿en qué este panorama general incide en nuestra posición o debería hacerlo, frente al usuario común que accede a alguna oferta de los servicios de salud? Descartando desde luego, las “oportunidades” que suele brindar el sistema por la vía del absurdo, lo que significa un encierro asegurado de hasta probables tres años. Sin abundar en los detalles de lo que significa la cuestión, puesto que son conocidos y existen aproximaciones escritas que los describen bien, simplemente creer que esta particular manifestación de enfermedad, verdaderamente sintomática de cuestiones profundas mayores, se resuelve en una internación prescriptiva, obsesivamente organizada y con muchos dispositivos que rigen las actividades por el absurdo. En los ámbitos profesionales, más allá que en esas instituciones cerradas, no se incluyen usualmente en el espacio público, muchos de sus manierismos, siempre en el orden de clausura de derechos y libertades, se corren a otros espacios donde no deberían siquiera figurar. El desafío de la construcción de programas diversos respecto de la proyección que hace el sistema, para brindarle tratamiento a una persona con consumos problemáticos, es el de la articulación de los espacios públicos, en conjunción con cualquier área y fundamentalmente, lo más libre de prejuicios posible. Tal vez los dos principales, son por una parte la clasi y calificación del supuesto adicto, sin tener en cuenta las mutaciones que hemos venido señalando. La segunda, es la de considerar quién es el otro y cuánto de lo que actúa, lo hace por verdadera transgresión o simplemente por mera adaptación. A esto deberíamos agregar algo; siempre consideramos pero sin tener en cuenta, que los consumos compulsivos de cualquier índole, se encuadran en las pautas de una sociedad de consumo. En este sentido está claro, que los crecientes usos van produciendo un acostumbramiento, una naturalización y una designificación acerca de la “traición” al sistema. Lo notable es que, existen diversos tipos de resignificaciones, asociadas a aspectos varios de la personalidad y del entorno de ese consumidor en particular, sin contar además algo que suele suceder respecto de los consumos. La realidad es que, los mismos van a ser calificados como tales, en la medida de la razón de pertenencia o estatus que el objeto en cuestión, le brinde esa respuesta al sujeto en base a su subjetividad y al lugar que ocupe en la escala social. De manera tal que, donde queda sustantivado una percepción sobre un consumo que virtualmente pueda llegar a ser serio o incluso fatal, va a estar dado únicamente en función de la novedad, cuando los usuarios la captan como distinta, con nuevas propuestas, más asociada a determinado fin lúdico o de funcionalidad operativa. Lo que no van a poder registrar, es el difícil camino que existe hasta incorporar plenamente otra sustancia. El símil al cual podemos recurrir, es el del usual alcohol. Si bien su consumo supera enormemente y en todo nivel los consumos de cualquier sustancia psicoactiva prohibida, individual y colectivamente, puede incluso llegarse a ver como una sustancia virtualmente peligrosa, siempre y cuando quien la consuma, no pertenezca a un lugar favorecido del conjunto de la estructura pertinente. Por caso, la estadística policial de los denominados “hechos de sangre”, o sea, riñas, tumultos, hechos confusos, incidentes leves a graves, peleas de cualquier tipo, están seriamente comprometidas con el consumo alcohólico. Pero se ven, casualmente, si los protagonistas pertenecen a inserciones sociales de bajo nivel e incluso pueden ser un buen material para los programas policiales en vivo. Lo mismo sucede, si las peleas intrapareja se traducen en niveles de agresión, con secuelas leves o graves, llegando incluso al fallecimiento de algún protagonista, van a ser leídas desde esa misma óptica, en definitiva, queda como las expresiones incorrectas de estamentos inferiores. Obviamente, si el incidente e incluso la muerte de un protagonista de hechos de esta naturaleza, los podemos ubicar en un balneario reconocido a la entrada de una discoteca o en un tercer tiempo de un partido de rugby, quedará en todo caso debidamente ocultado o tomado con una ligereza quitándole cualquier tipo de rispidez al comentario. Entre otras cuestiones, la conducta adoptada frente a estas manifestaciones va a quedar reducida a una repetición tan agotadora de circunstancias adversas como para considerarla digna de atención. El alcohol y su consecuente consumo excesivo, es la gran adicción negada. La cotidianeidad entre otras cosas, lo hace requerir de un esfuerzo mayor para estar presente. Y aun así, su atención sistemática es un gran débito del sistema de salud y todavía más, impidiendo incluso campañas persistentes, no genéricas y con elección de los distintos tipos de públicos a los que se quiere acceder, cuesta realizarlas en tanto no existen políticas públicas continuas en cuanto al qué hacer en este campo en función de su importancia, teniendo en cuenta la enorme cantidad de usuarios y abusadores que existen. También, nos da una pauta de lo que sucede con lo que está incorporado a usos y costumbres; su reconocimiento sólo nace de una creciente sucesión de hechos o nuevas formas de apropiarse, como por ejemplo el consumo adolescente, donde ocurren cuestiones como considerar a la cerveza poco menos que agua o consumir alcohol de alta graduación y buscar la embriaguez como un punto de llegada para las salidas interesantes. Desde ya, esta misma mirada de soslayo, es la que prima en los servicios de atención y las consideraciones que pueda haber acerca del paciente con problemas de alcoholismo, dada su invisibilidad por exceso de cantidad. Probablemente, este es el camino que ha iniciado el consumo de la marihuana. A futuro deberemos comportarnos como con la sustancia alcohol; la debemos considerar no porque sea un objeto prohibido o un castigo que esté vigente para sus consumidores, sino por lo que realmente significa, un consumo más que en todo caso puede tener características negativas, de acuerdo al sujeto que ejerza con su consumo, alguna suerte de resignificación donde ese consumo equivale a otra cuestión a dilucidarse a través de una atención interdisciplinaria e intervención terapéutica. Bibliografía Calabrese, A. “La Dependencia Alcohólica”. Publicación Técnica N° 3 Fondo de Ayuda Toxicológica. Buenos Aires, Argentina, 1998. Edddy, P; Sabogal, H y Walden, S. “Las Guerras de la Cocaína”. Serie Reporter. Ediciones B Grupo Zeta. Buenos Aires, Argentina, 1989. Labrousse, A. y Wallon, A. (comp.) “El Planeta de las Drogas”. Ediciones Mensajero. Bilbao, España, 1992. Bleichmar, S. “De la Creencia al Prejuicio”. Vertex, Revista Argentina de Psiquiatría, Vol. XVIII, 2007. Calabrese, A. “Acerca de las Frustraciones”. AVISPA, Boletín virtual, 2018. Autores varios. “El Alcohol: Un Producto de Consumo No Ordinario”, Segunda Edición, OPS, 2010. Youngers, C. “El Debate sobre Políticas de Drogas en América Latina”, en URVIO Revista Latinoamericana de Seguridad Ciudadana N° 13. FLACSO, Ecuador, 2013. Monroy Díaz, J. “La Penalización de Drogas en América Latina desde el Marco Legal y Constitucional”, en URVIO Revista Latinoamericana de Seguridad Ciudadana N° 13. FLACSO, Ecuador, 2013.

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