Translate
martes, 24 de septiembre de 2019
Alucinógenos, sexo y provocación: el cóctel para el arte de Miguel Ángel Ríos.
Con el cuerpo mojado por la garúa que no da tregua, y tras
tomar un brebaje de chicha y cactus de San Pedro (similar al que en
la cultura Mochica consumían en los ritos y celebraciones), el
artista Miguel Angel Ríos (1943, Catamarca) vivió
una experiencia alucinógena que lo golpeó por semanas.
A ritmo vertiginoso, en Piura, al sur de Perú, empezó un desfile
inagotable de pinturas, collages, acuarelas y videos que integran Mi
nombre es Lima y que se presentan por primera vez en la galería
Barro. La obra de Ríos, además, se exhibe actualmente en Momenta,
la Bienal de la Imagen, en Montreal, y participará en la exhibición
colectiva Teatro de Operaciones: las guerras del Golfo 1991–2011, en PS1 MoMA (Nueva York), en noviembre.Todo empezó en 1988, cuando Ríos vio las piezas eróticas de la
cultura Moche (del Valle del río Moche, en Trujillos), en el Museo
Rafael Larco de Lima. Quedó obnubilado.
“Como los
Mochica consumían regularmente el San Pedro (que es un
potente alucinógeno), además del acullico de hoja de coca y la
chicha, en sus ritos y celebraciones, decidí que para involucrarme
profundamente en su mundo tenía que hacer lo mismo que
ellos: trabajar desde la perspectiva que proporciona el
alucinógeno”, escribió. Se propuso revisitar las prácticas más
vitales de esa comunidad “sin inhibiciones, con toda su osadía erótica, humor surrealista alucinante y delirio onírico”.La cultura moche, una civilización que vivió en lo que hoy es la costa
norte peruana entre los siglos II y VII después de
Cristo, aproximadamente, se destacó por sus piezas en
cerámica, donde el sexo es tema central. La representación
erótica y sexual se relacionaba con la fecundidad de la tierra y con el
principio de la vida. Hay también piezas con representaciones
sexuales que no están vinculadas con la fertilidad:escenas de
sexo oral, masturbación y coito con muertos. Para ingerir el cactus, que hervía y dejaba reposar unas
horas, Ríos se internó en Huancabamba (Salala, Piura, al sur de
Perú). La primera vez fue con un chamán, luego desistió de su
compañía: interfería en su proceso creativo.
“Es un trabajo de
riesgo: nada de chamanismo ni de consumo grupal de sustancias
alucinógenas en hoteles cinco estrellas. Lo mío es una contribución
al arte de nuestros días en libertad. Imposible, difícil y peligroso
esas son las premisas que guía todos mis trabajos”, dice el artista en
diálogo con Clarín, desde los Valles Calchaquíes, donde prepara su próxima filmación, una de las más peligrosas que jamás haya intentado hasta hoy. En su viaje artístico ritual sólo lo acompañó su asistente, cuya
tarea consistió en cuidarlo: “Perdés el control, el equilibrio, el miedo, las plantas parecen gigantes, te volvés más atrevido,
más libre; el cactus puede provocar estados de pérdida de
conciencia”. Acampaban con sus bolsas de dormir o alquilaban un
cuarto de adobe; algunas noches estuvieron a la intemperie,
protegiéndose con hojas de palma.
La ingesta del cactus lanzó a Ríos en una producción artística
desenfrenada, al punto de no reconocer sus propias
pinturas: las había realizado una especie de alter ego que trabajó
con lápices de distinto tipo, acuarelas, óleos. Para el color verde, usó
té de San Pedro; para el rojo, reventó unos insectos que se usan
en Perú y México para teñir telas. “Hice muchos trabajos en un
estado totalmente alterado, había tomado demasiado San Pedro:
pensaba que estaba haciendo autorretratos pero, cuando el efecto
alucinógeno del cactus pasó, descubrí que mi cara era una fruta o estaba deformada”. La ingesta del cactus disparó en sus obras un universo erótico y
sexual inagotable: “Hice personajes de múltiples penes con ojos, o
varias vaginas con labios, lenguas y flores, protagonistas de orgías
de distintos sexos y estimulación oral en medio de una selva de
cactus”, dice Ríos. Ya en el flashback (como denomina al período en
el que no ingirió el cactus pero en el que siguió teniendo efectos
alucinatorios leves) concibió una figura con características
precolombinas. “Para la cultura mochica toda la parte sexual era
naif y pura. No había maldad, cuando llegaron los españoles todo cambió, ellos distorsionaron todo”, señala Ríos. Y agrega que
recientemente quisieron censurar una exposición suya en España debido a las escenas sexuales. Antes de mudarse a Nueva York en 1976, Ríos estudió en la Escuela
de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Actualmente vive en México.
En sus trabajos, expresa una preocupación constante por las
luchas de poder, la violencia, el pasado indígena de América y su
incidencia en la cultura contemporánea. Realizó exhibiciones
individuales en museos de todo el mundo. Su obra integra
importantes colecciones públicas y privadas como la Colección
Patricia Phelps de Cisneros (New York); la Colección Daros en
Zurich; el Malba; el Museo Hirshhorn (Washington); la Casa
Europea de la Fotografía (París); el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid); el Museo de Bellas Arte de Houston, entre muchas otras. Siguiendo las tres premisas que estructuran sus obras -Imposible,
difícil y peligroso- hizo videos que dejan sin aliento en apenas unos
minutos. En Crudo, un trabajo estremecedor que se mostró en
museos, galerías y fundaciones de todo el mundo, Ríos puso en el
centro de la escena a un bailarín de flamenco, con boleadoras con
trozos de carne cruda en sus extremos, danzando rodeado de perros hambrientos y entrenados para atacar. No le resultó fácil encontrar a alguien que aceptara. Tras ver a 14
bailarines en distintos países, en Estados Unidos dio con uno que
había sido torero y que aceptó. Vestido con un traje blanco Armani
(que alude a la alta sociedad), bailó con boleadoras similares a las
que usaba Ríos de chico con su padre para cazar avestruces y
burros en el campo. Lo hizo frente a una jauría de rottweilers,
pitbulls y dogos entrenados para atacar en los brazos, las piernas y
el pecho. Ríos decidió apartar de la jauría a Sadam, un perro que había matado a un hombre. Más tarde, él mismo entrenaría a
perros para excavar túneles de unos cincuenta metros de
largo, con riesgo de derrumbe constante. Una experiencia de ahogo
y encierro que plasmó en Landlocked, inspirado en la
inaccesibilidad al Océano Pacifico que padece Bolivia hace siglos. Para Crudo grabó en Tepito, uno de los barrios más peligrosos de
México, donde pactó con los líderes del sitio la filmación.
“Finalmente ellos fueron los más interesados en cómo iba el
trabajo”, recuerda. Y añade: “Siempre el lugar donde filmo tiene que
tener un contenido social. No me gustan los lugares bonitos, sino los que expresan la realidad de Latinoamérica. En
México hay 60 millones de pobres, y acá ahora también se ha
incrementado la pobreza”.
Aunque el bailarín llevaba bajo el impecable traje Armani unas telas
de paracaídas para amortiguar las mordeduras, en una oportunidad
fue necesario suspender la filmación por los daños que sufrió. Con
esa escena, Ríos hizo el video Matambre, una única edición que le
vendió a un coleccionista que quería una pieza muy violenta. Otro can mordió al artista hasta dejarlo sangrando.
“Eran perros entrenados para atacar al ser humano en distintas
partes del cuerpo: iban al cuello, al pecho, a las piernas o a los
brazos. Los perros metafóricamente representan a la gente que tiene
hambre. El hombre con las boleadoras tiene la comida, la
ofrece, la muestra, te la doy, no te la doy… Es un juego, pero
de extremo peligro: los perros estaban hambrientos”, dice Ríos, artista que desafía lo imposible, difícil y peligroso.
A continuación la opinión sobre el tema del Staff Profesional de nuestra Fundación.
La elección de la noticia precedente tiene que ver con que, una vez más, nos muestra el carácter cultural y arbitrario de la prohibición y su forma de "castigo" (ya sea éste legal o moral) según la sustancia o, como en esta ocasión, el consumidor.
Para empezar, la publicación está ubicada en la sección de Cultura de un diario de gran tirada como el el Diario Clarín, y no, como podría ocurrir en la sección Policiales dado que el consumo del que se habla es de una sustancia prohibida, el San Pedro.
Tampoco hay en el desarrollo de la misma ningún tipo de juicio de orden moral respecto a la práctica que realizara este reconocido artista plástico, sino que más bien, se resalta la productividad que generó su ingesta ("La ingesta del cactus lanzó a Ríos a una producción artístita desenfrenada"). Cosa que parece difícil de hallar si quien hubiera consumido dicho alucinógeno hubiera sido, por ejemplo, algún joven de las clases más desfavorecidas. Aquí no hubiera alcanzado con que nuestro joven hipotético hubiera aducido querer conocer las costumbres de una antigua cultura peruana (tal la explicación de Ríos, a pesar de que echó al chamán porque lo estorbaba en su inspiración artística) ésto hubiera sido entendido como excusa para "drogarse" y las consecuencias de eso, seguramente, hubieran sido, casi seguramente, publicadas en Policiales y se estaría hablando del tan mentado "flagelo de la droga".
Esto nos lleva a poder pensar que los consumos, como ya bien dijimos en muchas oportunidades, no son ni buenos ni malos en sí mismos y que, las más de las veces, lo que se juzga no es el hecho en sí mismo, sino las personas que lo realizan, siendo ésta una forma más de control social.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
FONDO AYUDA TOXICOLÓGICA ( F.A.T. )
QUIENES SOMOS.!!!
El Fondo de Ayuda Toxicológica (FAT) es una ONG fundada en el año 1966 por el Profesor Emérito Dr. Alberto Italo Calabrese para trabajar en ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario