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miércoles, 31 de agosto de 2022

Las adicciones desde el punto de vista social.

El contexto social tiene un impacto muy importante en el desarrollo de las adicciones.


La problemática de las adicciones, por su complejidad, requiere de un abordaje complejo, interdisciplinario, para lograr un acercamiento integral que nos lleve a comprenderla de la forma más completa posible. Una de las aristas de lectura y análisis posibles en el área de las adicciones es el área social.

¿En qué hace foco la mirada social?

En la configuración de una adicción, confluyen muchos aspectos, condiciones y factores. Más allá de las características físicas y psicológicas que debe tener una persona para que se desarrolle la conducta adictiva, y por fuera de lo más íntimo e individual, hay factores sociales que la condicionan y se entrelazan con otras circunstancias para que esto se produzca.

El contexto familiar y social más amplio, donde la persona nace, se cría y desarrolla su vida, puede condicionar, aunque no determine, el hábito del consumo compulsivo, y de alguna manera promoverlo.

En tanto cada familia es diferente, habrá posibilidad de que cada una configure una diferente postura sobre el consumo. Por lo cual, así como algunas familias promueven el consumo y otras lo prohíben abruptamente, adquiriendo rasgos represivos y del orden del tabú; otras familias pueden, sin facilitar ni prohibir el consumo, educar para que éste, si va a existir, sea de forma moderada.

Factores sociales y familiares de la adicción

¿Hay factores socio-familiares que pueden promover una conducta adictiva o riesgosa?

Sí, hay muchos factores que pueden constituir un riesgo. Podemos mencionar la falta de redes de contención, de involucramiento de los lazos familiares, de comunicación y diálogo, o la presencia de familiares o seres queridos cercanos con consumo problemático.

Cuando un entorno socio-familiar promueve el consumo de sustancias, priman los factores de riesgo que aumentan la probabilidad de que haya consumo y de que éste sea problemático. Es decir, si un niño nace y crece en un sistema familiar donde los mayores (y a veces también los jóvenes menores de 18 años) beben alcohol, en cada reunión familiar, el niño puede llegar a pensar que la bebida no puede faltar. Si este mismo niño observa a alguna figura significativa de referencia bebiendo en exceso, divirtiéndose, puede llegar a relacionar alcohol = diversión.

También puede ocurrir que se acostumbre a que algún miembro de su entorno más cercano tome pastillas para dormir, no estar nervioso o estar más tranquilo, sin un tratamiento adecuado supervisado.

El mensaje es el mismo: se necesita de las sustancias para pasarlo mejor. Y aunque se diga a los niños que no deben beber, o no beber de mas o no involucrarse con determinadas sustancias, van a ser los actos y hechos concretos los que van a modular las conductas de los jóvenes. Aprenden mas por lo que ven que por lo que se les dice, por eso debemos acompañar a nuestras palabras con nuestros actos.

Otras escenas recurrentes de consumo se suelen ver en el barrio. Sentados en la vereda, grandes y chicos, como estilo de vida usan el “parar en la esquina”, con personas a quienes consideran amigos pero quizás tan solo sean compañeros momentáneos del consumo.

¿Son suficientes estos aspectos para determinar una problemática de consumo?

Por supuesto que estos aspectos sociales no son suficientes. Deberán confluir otros factores que se anuden a lo social. Los fenómenos sociales son sólo un componente, importante y condicionante pero no determinante. En el entramado de cuestiones generadoras de una situación problemática de consumo, se encuentran lo social, cultural, físico-neurológico y psicológico.

Cada miembro de la sociedad que conformamos tomamos una posición, a veces sin darnos cuenta, acerca de los diferentes acontecimientos y problemas sociales. En especial con las adicciones, cuesta comprender si se trata de una problema, o si hay una intencionalidad de generar malestar, así como también se confunde al adicto como sinónimo de delincuente, o peligroso.

Dependiendo de qué posición asumamos como parte de la sociedad podremos contribuir o no, a un cambio social.

viernes, 19 de agosto de 2022

Crisis de los Opioides en EEUU : cómo empezó y por qué está peor que nunca.

 


La otra pandemia continúa: cuáles son los trastornos psíquicos que afectan a niños y adolescentes.

El aumento de las consultas por problemas de salud mental es del 54% si se compara con las que se registraban en 2019. Cuáles son las problemáticas que más se incrementaron, y qué señales de alarma temprana deberían advertir los padres.


Desde el inicio de la pandemia por COVID-19 se desarrollaron numerosas investigaciones relacionadas con el virus, específicamente sobre sus características infectológicas, epidemiológicas, y sobre cómo dar respuesta a la crisis sanitaria que su surgimiento desató.

Como una ola, que cuando baja deja ver la orilla nuevamente, a medida que la emergencia lo fue permitiendo, los especialistas no tardaron en poner la lupa en la salud mental de las personas, y cómo la pandemia, las cuarentenas, las restricciones a la movilidad y la imposibilidad de socializar estaba afectando este aspecto no menor de la salud integral.

Puntualmente los niños y los adolescentes, que se vieron obligados a dejar no sólo las clases presenciales sino todas las actividades extraescolares, deportivas y sociales que realizaban vieron perjudicado su estado de ánimo, en una etapa de la vida en la que el contacto con los pares es clave.

Pero, ¿cuál fue el real impacto de la pandemia en la salud mental de los más chicos? Y lo más importante: ¿Cuál es la mejor manera de abordar estas problemáticas para su pronta resolución?

“La estadística que tenemos es la de consultas en la central de emergencias pediátricas, no de consultorios externos. Si comparamos 2019 con 2021 el aumento es del 54% y siguió aumentando en lo que va del año”. La que planteó a Infobae el panorama de situación es la médica psiquiatra infantojuvenil Gisela Rotblat (MN 111.628), quien describió que “los motivos de consulta más frecuente son las idas de muerte, que duplicó la incidencia; los intentos de suicidio, que se triplicaron; las crisis de angustia, que se duplicaron, y los trastornos de conducta alimentaria, que quintuplicaron sus casos”.


Según la jefa de psiquiatría e interdisciplina del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano de Buenos Aires, “en general, los trastornos de conducta alimentaria son la punta del iceberg: hay que ver el cuadro psicopatológico que está debajo, que en la mayoría de los casos son trastornos del estado de ánimo”.

En sincronía con ella, el médico psiquiatra del Departamento Infantojuvenil de Ineco, Fabián Triskier (MN 75.680), sostuvo que “aunque no hay datos oficiales recolectados de manera global, existe una coincidencia en diferentes servicios de salud mental y en profesionales que trabajan en sus consultorios que reportan un incremento en las consultas de adolescentes”.

Consultado sobre cuál es la causa de este fenómeno que dejó la pandemia consideró que “son múltiples”. “Tenemos que tener en cuenta que la adolescencia es un período de profunda reorientación social, con una alta sensibilidad a la mirada y aceptación de sus pares y una alta vulnerabilidad a la vivencia de ser rechazados -comenzó a analizar el especialista-. Por otra parte, es una etapa en la que el cerebro presenta cambios importantes, muchos de ellos influenciados por el contexto. Diferentes trabajos publicados desde hace más de 20 años han mostrado que al menos un 50% de las personas adultas que presentan trastornos de su salud mental refieren el inicio de los mismos alrededor de los 14 años”.

Para él, “sin duda, los efectos de la pandemia pueden haber impactado en la salud mental de las y los adolescentes, ya sea por la muerte de seres queridos, el deterioro de la situación económica de sus familias, el aislamiento obligado, la pérdida de vivencias propias de la edad, las alteraciones en el ritmo de sueño, entre otras han impactado en la salud de muchos, aunque la mayoría han mostrado una extraordinaria resiliencia”.

Sin embargo, según evidenció Triskier, “algunos indicadores de incremento de alteraciones en la salud mental, especialmente en chicas adolescentes muy jóvenes se venía evidenciando en estudios realizados en el norte de nuestro continente y en el Reino Unido. La denominada ‘crisis de la salud mental adolescente’ no parece ser un fenómeno local sino que se repite en diferentes sociedades con características muy diferentes”.

- ¿Cuál es la franja etaria donde más lo nota?

- Rotblat: El servicio es de 0 a 17 años, y el mayor incremento se dio en la franja de 13 a 17. En general  el sexo femenino predomina en las consultas. En los varones se observan síntomas depresivos que no ingresan por guardia.

- Triskier: En los últimos años se ha evidenciado un incremento de los trastornos de ansiedad y de desregulación emocional, con autolesiones con y sin intencionalidad letal en chicas muy jóvenes.

Al respecto, la psiquiatra infantojuvenil Andrea Abadi (MN 76.165) señaló que “particularmente post pandemia, se nota un aumento de conductas de restricción alimentaria, conductas del estado de ánimo o auto injurias en adolescentes y en púberes muy pequeñas de 12 o 13 años, que en otro momento aparecían en edades más tardías”. Para ella, “es posible que esto se deba a una cantidad de cambios que tienen que ver con cuestiones sociales que hacen que el contexto sea por momentos más hostil, la exposición en las redes , etc. Esto puede hacer que se evidencien cuestiones biológicas que en otro momento aparecerían más tarde”.

Sin embargo, en opinión de la directora del Departamento Infantojuvenil de Ineco, no debe perderse de vista “que la adolescencia no solo es una etapa conflictiva en sí misma, sino también es la etapa de la vida donde comienzan a aparecer gran parte de las patologías que se van a expresar fuertemente hacia la adultez”. “En ese sentido, nos referimos a todo lo que tiene que ver con procesos del estado de ánimo, trastornos psicóticos, trastornos de personalidad los cuales se terminan de expresar e instalar en esta etapa de la vida. Por ende, no es extraño pensar que sea una etapa de alta necesidad de atención”.

En la mirada de Abadi, “si se observan las estadísticas, claramente hay una mayor incidencia o una mayor demanda para tratar adolescentes o jóvenes con trastornos del ánimo o con trastornos de ansiedad. Esto es algo que ha empezado a aparecer con mayor fuerza en estos últimos tiempos”.

“A pesar de ello, no podemos solamente decir que hay un aumento de prevalencia, también hay una crisis en todo el sector de salud mental, en nuestro país sino y a nivel mundial”, enfatizó la especialista, para quien “posiblemente a medida que aumenta la psicoeducación y a partir que los padres están más en contacto con sus hijos, se genera un aumento de la demanda explícita en los diferentes consultorios”.

Rotblat agrupó las problemáticas que más crecieron en el último tiempo en cuatro categorías: trastornos del estado de ánimo, ansiedad, fobias y trastornos de conducta alimentaria.

Por trastornos del estado de ánimo entendió “estados anímicos que se caracterizan por desgano, irritabilidad, tristeza, tendencia al aislamiento, pensamientos negativos acerca de sí mismo y acerca del futuro, que puede cursar con alteraciones en el sueño -ya sea por más o menos-, alteraciones en la alimentación, descenso en el rendimiento académico y la capacidad de concentración y en algunas ocasiones con ideas de muerte y conductas autolesivas”.

En segundo término, “la ansiedad es un síntoma transversal a una gran cantidad de cuadros psicopatológicos -aseguró la especialista del Hospital Italiano-. Está presente en múltiples de ellos y se caracteriza por un intenso malestar, preocupaciones frecuentes acerca del futuro, dificultades en la concentración, deterioro del rendimiento académico (estas últimas las comparten casi todos los cuadros), muchas veces aparecen síntomas somáticos como dolores de cabeza o panza recurrentes. Se caracteriza por una preocupación persistente y constante. Muchas veces cursa con inquietud”.

Las problemáticas que más se incrementaron


En la mirada de Abadi, “si se observan las estadísticas, claramente hay una mayor incidencia o una mayor demanda para tratar adolescentes o jóvenes con trastornos del ánimo o con trastornos de ansiedad. Esto es algo que ha empezado a aparecer con mayor fuerza en estos últimos tiempos”.

“A pesar de ello, no podemos solamente decir que hay un aumento de prevalencia, también hay una crisis en todo el sector de salud mental, en nuestro país sino y a nivel mundial”, enfatizó la especialista, para quien “posiblemente a medida que aumenta la psicoeducación y a partir que los padres están más en contacto con sus hijos, se genera un aumento de la demanda explícita en los diferentes consultorios”.

Rotblat agrupó las problemáticas que más crecieron en el último tiempo en cuatro categorías: trastornos del estado de ánimo, ansiedad, fobias y trastornos de conducta alimentaria.

Por trastornos del estado de ánimo entendió “estados anímicos que se caracterizan por desgano, irritabilidad, tristeza, tendencia al aislamiento, pensamientos negativos acerca de sí mismo y acerca del futuro, que puede cursar con alteraciones en el sueño -ya sea por más o menos-, alteraciones en la alimentación, descenso en el rendimiento académico y la capacidad de concentración y en algunas ocasiones con ideas de muerte y conductas autolesivas”.

En segundo término, “la ansiedad es un síntoma transversal a una gran cantidad de cuadros psicopatológicos -aseguró la especialista del Hospital Italiano-. Está presente en múltiples de ellos y se caracteriza por un intenso malestar, preocupaciones frecuentes acerca del futuro, dificultades en la concentración, deterioro del rendimiento académico (estas últimas las comparten casi todos los cuadros), muchas veces aparecen síntomas somáticos como dolores de cabeza o panza recurrentes. Se caracteriza por una preocupación persistente y constante. Muchas veces cursa con inquietud”.

“Los estados constantes de ansiedad determinan una disminución del estado anímico”, destacó.

jueves, 18 de agosto de 2022

Drogas psicodélicas: ¿por qué podrían ser la próxima revolución en salud mental?.

Un repaso de la exploración científica de los potenciales beneficios terapéuticos del LSD, la psilocibina (que se encuentra en algunos hongos), el éxtasis y la mescalina. El pasaje de un paradigma prohibicionista a uno de mayor apertura, que no contempla especialmente el uso recreativo.


El interés por el empleo de psicodélicos con fines terapéuticos --útiles para tratar depresión, ansiedad, trastorno por estrés postraumático, anorexia e incluso consumos compulsivos-- resurge con fuerza en el mundo científico. Academias de prestigio desembolsan millones de dólares, buscando examinar sus beneficios para mejorar la salud. Si bien durante décadas estos agentes químicos fueron demonizados y fueron uno de los principales blancos de la doctrina de la “Guerra contra las drogas”, hoy se cuelan también en el plano cultural. Hace poco Netflix estrenó How to change your mind (¿Cómo cambiar tu mente?, pero también un juego de palabras con ¿Cómo cambiar de idea?), que condensa las temáticas del libro homónimo escrito por el periodista Michael Pollan. En cuatro capítulos, este documental cuenta cómo el LSD (ácido lisérgico), la psilocibina (que se encuentra en algunos hongos), el MDMA (éxtasis) y la mescalina “ayudan a expandir la mente”, en la medida en que “permiten el trabajo sobre experiencias enterradas y pueden ayudar a mejorar la calidad de vida”. Se trata, siempre, no de darles un fin recreativo a estas drogas, sino de su uso controlado y supervisado en la experimentación científica, que está dando sorprendentes resultados.

Los psicodélicos (según su significado, que “revela la mente o el alma”) son compuestos químicos que alteran la cognición y la percepción de la mente, dando lugar a modificaciones en lo visual: los colores, la geometría. La eliminación de los límites de la individualidad que provocan se relaciona con la idea de “ser uno con el universo” y con un profundo ejercicio de introspección. Para poder evaluarlos en toda su complejidad, esta semana, la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos, a partir de una jugosa inversión de 17 millones de dólares, comunicó la apertura de un centro de investigaciones de “medicina psicodélica”. Uno de los proyectos que ya están en marcha se relaciona con medir la eficacia de la psilocibina, por un lado, en pacientes con anorexia nerviosa y angustia psicológica y, por otro, en individuos con Alzheimer.

“El empleo de psicodélicos es una llave a una revolución psicofarmacológica, en los próximos años habrá grandes novedades. Una exploración que viene desde hace tiempo, pero después de tantas décadas de paradigma prohibicionista, se puede comenzar a estudiar de manera seria el efecto eventualmente terapéutico de algunas drogas”, señala el psiquiatra Federico Pavlovsky. En definitiva, como rezaba el viejo axioma, según la dosis, una droga puede convertirse en un veneno o un remedio. Sustancias cuyo uso lúdico o litúrgico fue castigado durante décadas comienzan a ser estudiadas por el método científico tradicional.

Del prohibicionismo a una apertura

El interés del presente, sin embargo, no sucede en el vacío. Durante los 60, el psicólogo y profesor de la Universidad de Harvard, Timothy Leary, al socializar sus trabajos con psilocibina y LSD en el universo hippie, se convirtió en estandarte del avance de los psicodélicos. No solo fomentaba públicamente su uso con fines terapéuticos, sino que también promocionaba el uso adulto responsable. Ello lo llevó, con el trasfondo de la Guerra contra las drogas estimulada por el presidente Richard Nixon, a ser tildado como una de las personas más peligrosas de Estados Unidos y pasó buena parte de sus años en prisiones de todo tipo y color.

En paralelo, era la CIA la que realizaba sus propios experimentos con LSD: creían que podría funcionar como suero de la verdad, como arma biológica contra los enemigos. No obstante, a tono con el pulso de época, los psicodélicos pasaron a la ilegalidad y a transformarse en “drogas destructoras de mentes”. Tras varias décadas de hegemonía del paradigma prohibicionista, con el cambio de siglo, diversos equipos científicos volvieron a examinar el potencial de los psicodélicos para tratar problemas psiquiátricos. Las drogas suelen acompañar las psicoterapias y estimulan la apertura de conciencia que, en muchos casos y según lo refieren las diferentes experiencias que relatan los especialistas, culminan por ser “liberadoras”.

La iniciativa de la Universidad Johns Hopkins se suma a un hito anterior liderado por otra institución de renombre: en abril, un equipo del Imperial College de Londres inauguró el primer centro del rubro. En Nature Medicine describieron un experimento que incluye el uso de resonancias magnéticas en 43 personas con depresión resistente. A una mitad le suministraron psilocibina y a la restante un antidepresivo de uso corriente. Quienes recibieron el hongo presentaron, al correr las semanas, “una mejora evidente y sostenida”.

A partir de la legitimidad que estas instituciones tienen en el campo académico mundial, las investigaciones con psicodélicos parecen consolidarse y dejar, al menos parcialmente, de ser miradas de reojo. Tras años de silencio, se abre una ventana que procura superar el enfoque prohibicionista para explorar las relaciones entre la mente, la conciencia y los trastornos psiquiátricos.

Las pruebas con meditación

“Es posible que el hallazgo psicofarmacológico más importante de los últimos años en la psiquiatría se relacione con el uso de una vieja droga como la ketamina para el tratamiento de cuadros de depresión refractaria. Pacientes que respondían parcialmente a antidepresivos, demostraron respuestas sorprendentes en apenas horas. Disminuyó de forma notable la sintomatología depresiva y la eliminación de la ideación suicida”, destaca Pavlovsky.

A mediados de los 70, Alberto Fontana y Julio Loschi fueron pioneros a nivel local al realizar pruebas para tratar la depresión con ketamina, un anestésico comúnmente empleado en procedimientos quirúrgicos breves. Luego, también realizaron experimentos con LSD, mescalina y psilocibina que acompañaron y se propusieron potenciar los tratamientos psicoanalíticos de los pacientes. No obstante, conforme el paradigma prohibicionista internacional, todo se estacionó.

La buena noticia es que en 2022, el Comité de Ética del Hospital Borda aprobó la puesta en marcha de ensayos para suministrar psilocibina a 100 pacientes oncológicos. Con el visto bueno de Anmat y el apoyo del Conicet, el equipo de especialistas --conformado por el físico Enzo Tagliazucchi; el jefe de investigación del Borda, Ricardo Corral; y por Ain Stolkiner, médico del Hospital de Clínicas-- se encargarán de llevar adelante un experimento sin precedentes.

Los científicos locales utilizan como punto de partida un estudio realizado por la Universidad de Johns Hopkins en 2016, que buscaba tratar la depresión o la ansiedad de 50 pacientes oncológicos. Advirtieron, tras una sesión con psicodélicos, que un 80 por ciento experimentaba mejorías a partir de una experiencia mística: demostraban un estado de ánimo positivo, conexión total, apertura hacia las relaciones afectivas y sensaciones indescriptibles con palabras. “No es un cambio puramente farmacológico, lo que se trata de lograr es que la persona tenga una experiencia fuerte, en la cual desaparece la sensación de tiempo, de individualidad. Se produce una unión con todas las cosas, de incorporarse a lo sagrado, que les cura sus síntomas previos”, explica Ain Stolkiner a Página/12.

Un 40 por ciento de los pacientes que se internan con cáncer desarrollan depresión o ansiedad; pero no cualquier depresión o ansiedad, sino una muy especial, relacionada con enfrentar a la muerte. Los fármacos que se les prescriben no funcionan de manera eficaz.

En el Borda se prevé hacer algo similar, pero además le sumarán un aspecto adicional: la meditación. Hay evidencias de que puede potenciar la posibilidad de tener esa experiencia mística que tanto se busca. “Los efectos que tendrá el psicodélico se relacionan con la mentalidad y con la estabilidad durante los días previos. Nuestra idea es que 50 personas realicen una preparación intensiva de tres días antes de que le suministren psilocibina y en las otras 50 seguir el protocolo tal cual lo hicieron en Johns Hopkins, es decir, replicarlo”, relata Stolkiner. A la fecha, aguardan la llegada de la psilocibina desde Estados Unidos o Canadá. De concretarse, el equipo científico será protagonista de un nuevo punto de inflexión.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Por qué los pacientes con demencias en América Latina están más expuestos al COVID-19.

Lo advierten científicos de Chile, Argentina, Colombia, Brasil y Perú, entre otras naciones. En la región, la prevalencia de demencia es de 6,54%.


Hace dos años, Zoraida B., de 83 años, empezó a tener olvidos más frecuentes, dificultades para encontrar palabras, problemas de orientación en el lugar, e ideas fijas. Sus síntomas se acentuaron desde que comenzó la cuarentena en marzo. Para sus familiares, lo más difícil ha sido hacerle entender la situación actual y por qué necesita quedarse adentro. A pesar de las explicaciones, no quiere acatar las restricciones de la cuarentena. Pide que su hijo la visite en el barrio San Isidro de Lima, Perú. A pesar de las restricciones, sale de su casa para ir al mercado y a la iglesia. Necesita monitoreo constante y requiere urgentemente una evaluación cognitiva y neurológica, pero no ha podido ser estudiada aún por las disrupciones que ha producido la pandemia.

El caso de Zoraida no es único en América Latina. La pandemia puede afectar más que a la población general cuando las personas tienen deterioros cognitivos y demencias. Las dificultades para comprender los mensajes con medidas de prevención -como el uso de barbijos, el distanciamiento físico, el lavado de manos frecuente, el aislamiento en sus viviendas- y el acceso a la atención médica pueden ponerlas en mayor riesgo de adquirir la infección por el coronavirus, según advierten un grupo de investigadores científicos de Brasil, Chile, Colombia, Perú, Argentina, Ecuador, Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. Además, sólo el 1% de la población mayor a 60 años vive en hogares de cuidados de largo plazo, y muchos de ellos no tienen un control sistemático.

El grupo de investigadores firmó un documento declaración (al que tuvo acceso Infobae) que será publicado próximamente en la revista The Lancet Neurology para hacer un llamado de atención para todas las autoridades sanitarias de América Latina y a la sociedad en general. A nivel mundial, la prevalencia mundial de demencia es del 5,2% en personas mayores de 60 años. En América Latina, la prevalencia de demencia es de 6,54%.

“La situación para los pacientes con demencias es crítica en el contexto de la pandemia”, dijo a Infobae el investigador independiente del Conicet en Argentina, Agustín Ibañez. “La región viene mal en términos económicos, los sistemas de salud ya están sobreexigidos, y las demencias -como la enfermedad de Alzheimer- tienen una prevalencia alta. El coronavirus impactará desigualmente en aquellos más desfavorecidos y a la vez ampliará la brecha para los que no tienen asistencia adecuada”, alertó el doctor Ibañez, quien es director del Centro de Neurociencia Cognitiva (CNC) de la Universidad de San Andrés, en Argentina, investigador del Centro de Neurociencia Cognitiva y Social de la Universidad Adolfo Ibáñez en Chile; y becario senior Atlantic del Instituto de Salud del Cerebro Global de la Universidad de California en San Francisco (UCSF).


“Los pacientes con demencias pueden tener dificultades con los cambios de hábitos y con la comprensión de información brindada por servicios de salud. Tienden a olvidar los nuevos hábitos, como el lavado frecuente de manos, uso del barbijo y el aislamiento”, detalló a Infobae la investigadora Myriam de la Cruz Puebla, del Instituto de Neurociencias Peruano, en la ciudad de Lima. “Muchos de los pacientes incluso olvidan si han ingerido o no alimentos. Por lo tanto olvidar las medidas de prevención para COVID-19 es algo que ocurre y que los pone en una situación de riesgo mayor”.

“Lamentablemente, los pacientes con demencias están en alto riesgo de padecer un cuadro severo por COVID-19 por la edad. Muchos tienen otras enfermedades como diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares o han padecido ataques cerebrovasculares. Estos factores y enfermedades los hacen más débiles frente al virus”, explicó De la Cruz Puebla. “Desde las dificultades para comprender los mensajes hasta las otras enfermedades previas, pueden hacer que la situación de las personas con demencia sea una bomba de tiempo para los pacientes, sus familiares y los profesionales de la salud que los atienden”, opinó Ibañez.

La combinación de otros factores asociados con las demencias fueron subrayados por los investigadores. La alta prevalencia de las demencias se incrementa año a año en América Latina, mientras que en Europa o en los Estados Unidos se mantiene o tiende a reducirse. Hay un impacto significativo de los determinantes sociales de la salud o factores de riesgo modificables en Latinoamérica, que explican alrededor del 56% de los casos de demencia, en comparación al 35% de la media mundial: estos factores sin duda que además hacen a las personas contagiadas por coronavirus más vulnerables, porque impactan en su salud general.

Muchos pacientes con demencias viven con familias que incluyen a cuatro generaciones. Esta situación los expone al contagio del coronavirus. “Como hay muy pocos geriátricos, el cuidado es generalmente informal y recae en la familia, sobre todo en las mujeres, esposas o hijas. “También hay limitaciones para que se los atienda a través de la telemedicina y se realice un abordaje remoto de la demencia”, señaló el doctor Ibáñez. Paradójicamente, en los geriátricos también se han detectado más casos confirmados de COVID-19 por la cercanía de muchas personas de manera continua.

¿Qué se debería hacer para proteger mejor a pacientes con demencias? La doctora Myriam De la Cruz Puebla respondió: “Ante la carencia de recursos destinados a brindar atención a los pacientes con demencia en América Latina, nuestro grupo de investigadores apuesta firmemente a potenciar la colaboración entre expertos. Consideramos que hay que identificar problemas regionales comunes, desarrollar guías de trabajo aplicables en toda la región, y capacitar a los profesionales sanitarios acerca de los pilares en el diagnóstico, cuidado y tratamiento de los pacientes con demencia”. Además, puntualizó otras tres medidas de salud pública: “Hay que difundir de forma masiva los conocimientos sobre las demencias, crear conciencia de la enfermedad en los principales actores sociales, y promover el desarrollo de políticas en salud a favor tanto de los pacientes con demencias así como de los cuidadores”.

FONDO AYUDA TOXICOLÓGICA ( F.A.T. )

QUIENES SOMOS.!!!

El Fondo de Ayuda Toxicológica (FAT) es una ONG fundada en el año 1966 por el Profesor Emérito Dr. Alberto Italo Calabrese para trabajar en ...