Esta es la convicción detrás de la iniciativa de dos médicos psiquiatras argentinos, Ricardo Corral y Pedro Gargoloff, plasmada en el manual Las Palabras importan. ¿Cómo comunicar temas de Salud Mental?, texto enriquecido con los aportes de colegas de la región: Roberto Sunkel, de Chile, José Ordóñez, de Ecuador, Rodrigo Córdoba, de Colombia, y Mirna Santos, de Guatemala.
Las Palabras importan fue presentado en una Cumbre Latinoamericana de Salud Mental que tuvo lugar esta semana en Cartagena de Indias, Colombia, con la presencia de casi todos sus coautores y periodistas de varios medios de la región que son en definitiva los principales destinatarios del mensaje de estos médicos dedicados a una de las especialidades más duras y que más empatía con el prójimo exige, pues se trata del alma y la mente humanas.
La pandemia y los efectos colaterales del largo encierro incrementaron en al menos 25 por ciento el número de personas que sufren trastornos mentales, a la vez que éstos representan el 12,5 por ciento de todos los problemas de salud. Sin embargo, del lado del tratamiento, la realidad es muy diferente, ya que a nivel mundial entre el 35 y el 50 por ciento de las personas con enfermedades o trastornos mentales no recibe ningún tratamiento o no recibe el adecuado.
Y, a pesar del impacto de la enfermedad mental en la discapacidad y en el acortamiento de la expectativa de vida -por caso, el 90% de los suicidas tienen un trastorno mental subyacente-, los presupuestos destinados a esta área de la salud son inversamente proporcionales a la necesidad: representan el 3 por ciento en promedio de lo destinado a la salud en general. Sin embargo, como afirmó uno de los expositores en Cartagena, “no hay salud sin salud mental”.
Por ejemplo, entre “enfermedad mental”, “trastorno mental” y “padecimiento mental o psíquico”, ¿cuál es el término correcto? Los autores descartan “padecimiento”, término con el cual se “ha pretendido sustituir las palabras enfermedad y trastorno mental, siendo su uso inapropiado” porque refiere a las consecuencias o impacto de los primeros.
“Enfermedad mental” es lo correcto en los “procesos patológicos en los que la pérdida de salud tiene una causa orgánica conocida o sospechada”, como podría ser la esquizofrenia, el trastorno bipolar y la demencia; mientras que “trastorno mental” sería la expresión de uso más frecuente, aplicable a “una alteración genérica de la salud, sea o no consecuencia directa de una causa orgánica evidenciable o sospechosa, en la que los determinantes psicosociales tiene un rol en su génesis y evolución”, por ejemplo, trastorno depresivo, esquizofrenia, trastorno bipolar.
Los autores insisten también en la necesidad de no vincular la peligrosidad o la violencia con la enfermedad mental, un tema que generó algunas objeciones entre los asistentes al panel, considerando los casos que se suceden y son noticia. La respuesta de los profesionales fue que, según la estadística, estas personas suelen ser más víctimas que victimarios en hechos de violencia y, más importante aún, que si están en tratamiento la probabilidad de un hecho violento es casi nula.
Otro tema clave en la comunicación es el vínculo entre trastorno mental y adicciones, casi siempre eludido o negado en la conversación pública.
“Las adicciones no pueden ni deben verse por fuera de la salud mental”, afirmó el doctor Ordoñez, presidente de la Asociación Ecuatoriana de Psiquiatría y especialista en drogodependencia, entre otros, ante la consulta. Y enumeró tres situaciones: un trastorno mental puede favorecer el consumo en la persona; pueden ir ambos problemas en paralelo; y una adicción a estupefacientes puede llevar a trastornos mentales.
“Está claro que los trastornos por consumo de sustancias son parte de la salud mental; son trastornos y deben ser tratados como tales”, coincidió Rodrigo Córdoba, ex presidente de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, mientras que Roberto Sunkel, especialista en Psicogerontología, lamentó que en Chile el debate sobre la legalización se lleve adelante sin la participación de los médicos: “Lo ven como un problema de seguridad pública antes que de salud”.
De la elaboración de Las palabras importan participaron también los doctores Catalina Obarrio, Martina Sobrero, Ana Clara Venancio, Marcos Yovino y Marianela Suárez, y AAFE. El libro fue prologado y auspiciado por Upjohn, división de Pfizer dedicada a las enfermedades no transmisibles (ENT).
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